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miércoles, 3 de febrero de 2010

LA VIRGINIDAD.-Quiero ser la esposa de Cristo



Como les prometí , voy a ir dándoles los artículos de «Quiero ser la Esposa de Cristo» de forma dividida para que les sea más fácil poderlos ler y meditar.
Deseo que les guste y puedan sacar un buen provecho espiritual.

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Hace algún tiempo me preguntaba… ¿Qué término me gustaría emplear para definir lo que llamamos«Un amor indiviso», virginidad o castidad, quizás celibato o bien simplemente continencia.

Tales términos nos muestran una realidad que prácticamente desde siempre y en todas las culturas, fue poco comprendida. No obstante prefiero hablar en la expresión «Virginidad» tanto para la mujer como para el varón, a pesar de sus resonancias femeninas, quizás porque en la mujer la virginidad expresa una dimensión más íntimamente relacionada con sus entrañas vacías de fertilidad maternal, pero rebosante de ella en el corazón. Esa es la dimensión propia de la esposa de Cristo, como lo fue su Madre, la Virgen María, que se hizo madre en el corazón antes que en sus entrañas.

En el AT, la virginidad no es apreciada más que para antes del matrimonio, pero como estado permanente la mujer virgen es considerada como un deshonor, un castigo divino, igual que la esterilidad, la castración y la impotencia conyugal.
El exponente más negativo de la virginidad, quizás lo podemos hallar en (Jue. 11,37), donde podemos leer lo que la hija de Jelté, al enterarse del voto cruel de su padre: «Concédeme esta gracia: déjame libre durante dos meses para ir por los montes con mis compañeras llorando mi virginidad».
El motivo de su llanto no se debía por el hecho de tener que morir joven, ni tan siquiera el injusto y horrible voto de su padre Jelté, sino el morir virgen sin haber dejado descendencia.

A pesar de todas las connotaciones negativas que hallamos en el AT, tenemos que alegrarnos de hallar aún que tardíamente en el AT, el hecho positivo de anunciar que la virginidad es una bendición, cuando proclama« Bendita a la estéril sin mancha, que no conoció el lecho pecaminoso» (Sab. 3,13).
En cambio, en el NT, hallamos el verdadero sentido de la virginidad« Ya está aquí el esposo: salid a su encuentro» (Mat. 25,6) y Jesús viene precedido del amigo (Jo.3,29) a su comunidad que es virgen, casta (2ª Cor.11,2); lo espera en ayuno (Mc.2,20) y en oración-predicación(1Cor.11,26).Así pues en el NT la virginidad testimonia la nueva realidad « No se toma mujer ni marido» (Mat.22,30), la realidad escatológica ya ha llegado, «Santos de cuerpo y espíritu»(1ª Cor.7,34) y permanece en la tierra en cada hombre o mujer que el Señor ha consagrado para sí.
¿Pero que es en sí la virginidad? , sino un estado de inocencia, cuyo único fin es amar a Dios sobre todas las cosas. Y ¿Puede haber alguna diferencia significativa con la castidad? A mi modo de ver, las encuentro quizás porque soy mujer y no puedo darle igual sentido a uno y otro modo de amor indiviso. El joven apóstol Juan que reclinaba su cabeza sobre el pecho de Jesús, se nos presenta como virgen de cuerpo y espíritu, pero si comparamos con Pedro, hombre casado, tuvo que hacer uso del matrimonio, con lo cual al menos su cuerpo dejó de ser virgen, aunque posteriormente por el hecho de seguir a Jesús y anunciar el Reino, se mantuvo casto o célibe, pero no poseía ya la virginidad inicial de la inocencia del cuerpo que perdió al hacer uso legítimamente de su condición y deber de esposo.

Pedro, tuvo que pasar momentos de dura prueba en su castidad, al negar por tres veces conocer a Jesús, pero la gracia actúo en él, para edificar a una Madre, la Iglesia de Cristo. Su castidad en el momento de la negación sólo repercutió en su corazón, en cambio su cuerpo permaneció casto. Su arrepentimiento fue fecundado por esa gracia para llevar a cabo el plan divino y esa Madre, hoy goza de millones de fieles que se alimentan de ella.
¿Y qué diremos de la virginidad del apóstol Juan? Sí, también fue fecundado su espíritu por la sabiduría, de tal modo que es considerado el evangelista más entregado a escuchar la Palabra y darle sentido teológico en sus expresiones e interpretaciones literarias, por ello es considerado además por «El joven contemplativo de la Vida de Dios»
No cabe duda que la manera de vivir la sexualidad del uno y del otro (los apóstoles Pedro y Juan), son posiblemente una referencia o aspectos a tener en cuenta, más que diferenciarse y por ello se complementan: acción y contemplación.
La sexualidad vivida ordenadamente, con plena madurez, nos hará llegar a cotas muy altas de nuestra vida espiritual, pues forma parte y es integrante de nuestra personalidad. Cuerpo y alma van juntos, para que con la gracia podamos gozar de ambos, no sólo para amarnos a nosotros mismos sino también al prójimo con el mismo amor con que Dios nos ama. Al menos no dejemos nunca de intentarlo.

Para evaluar la virginidad, sólo hay a nuestro modo de entender, una manera de medirla –si es que pudiésemos medirla- y sería, saberme amarme a mí misma con amor reverencial y con ese mismo amor, amar a mis hermanas, y a toda la humanidad sin olvidar que nuestro amor debe ser extensible a toda la naturaleza, a nuestro planeta; ya que es creación de Dios y por lo tanto si no amamos todo lo que él ha creado, dejamos una parte importante de poder avanzar en el camino del espíritu.

¿Y qué sería lo que nos impulsaría a amar con tanta vehemencia? La razón es muy sencilla«Saberse habitada por la TRINIDAD» En ella todo es poseerse y dejarse poseer, sin retenerse el Uno al Otro, es un dar y tomar, pero todo con la misma intensidad, no más Uno que el Otro, pero todo en grado infinito.
Sabemos que la propiedad del amor, es poseer y ser poseídos en igualdad, por esa razón el amor nos hace ser criaturas libres y no tenemos otra ocupación que«Vivir una intensa amistad con Dios y en él a toda la humanidad, a todo el cosmos.
Esta amistad exige una gran pureza de corazón; reconocer la belleza, mi belleza corporal y la belleza corporal del otro, sin entretenernos en ella y también gozar de la belleza espiritual de mi hermana. Todo esto, nos hará vivir la virginidad plenamente en agradecimiento al Dador de todas las cosas, esta circunstancia nos enseñará a conocer que somos capaces de amar y expresar ese amor no sólo verbalmente, sino también con el lenguaje del cuerpo, el cual es el más delatador de nuestros sentimientos, porque se presenta de modo muy espontáneo y casi inconscientemente frente a los demás y nos permite trasparentar nuestra afectividad y al mismo tiempo percibir el afecto o rechazo de nuestro prójimo.

Ahora bien, cuando se tiene miedo de tratar temas referentes a la sexualidad, es un signo de falta de madurez. El individuo inmaduro acostumbra a rechazar no sólo la sexualidad del otro-ya sea masculino o femenino- sino su propia sexualidad.
El miedo siempre es nuestro enemigo, nos impide amarnos y amar a otros, nos impide conocernos y conocer cómo son los demás y en consecuencia nos inhabilita para el amor.
«Dios vio que todo lo había hecho era muy bueno» (Gn.1, 3). Si Dios todo lo hizo santo, luego… ¿Por qué tener miedo? ¿Por qué huir de una amistad verdadera? ¡Ah! cuan dañino ha sido para muchas religiosas, lo de prohibirse las amistades particulares y ser observadas como si fuesen pecadoras. Sólo huyen aquellos/as que no se han enamorado verdaderamente de Jesús, o bien presentan desequilibrios en su personalidad que les impide fortalecer este amor y toda relación humana la contemplan como pecaminosa.

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