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viernes, 7 de mayo de 2010

LA OBEDIENCIA EN LA ORDEN DE PREDICADORES




La obediencia y la escucha.-


La obediencia no es, en nuestra tradición, la sumisión de nuestra voluntad a la del superior, ya que como expresión de nuestra fraternidad y de la vida compartida de la Orden, está basada en el diálogo y la discusión.

Como se ha hecho notar, la palabra "obedire" viene de "ob-audire", escuchar. El inicio de la verdadera obediencia se da cuando dejamos que nuestro hermano o hermana hablen y nosotros escuchamos. Es "el principio de la unidad" (LCO 17, 1.). Es también la forma en que crecemos como seres humanos, estando atentos a los otros. Los casados no tienen alternativa pues están obligados a superarse a sí mismos ante las necesidades de sus hijos y sus esposas o esposos. Nuestro estilo de vida, con silencios y soledad, puede ayudarnos a crecer en la atención y en la generosidad; aunque también corremos el riesgo de encerrarnos en nosotros mismos y en nuestras preocupaciones. La vida religiosa puede producir personas profundamente desprendidas o muy egoístas, dependiendo de a quiénes se haya escuchado. La obediencia requiere toda nuestra atención y absoluta receptividad. El fértil momento de nuestra redención se dio con la obediencia de María, que se atrevió a escuchar al ángel.


Este modo de escuchar exige el uso de nuestra inteligencia. En nuestra tradición, usamos la inteligencia no para dominar a los otros, sino para acercarnos a ellos. Como decía el P. Roussel hot, la inteligencia es "la facultad del otro". Abre nuestros oídos para escuchar. Herbert McCabe escribía de la obediencia:
... es ante todo una apertura de la mente como sucede en todo proceso de aprendizaje. La obediencia se hace perfecta cuando quien manda y quien obedece llegan a compartir una misma mente. La noción de "obediencia ciega" equivaldría, en nuestra tradición, a un aprendizaje ciego. Una comunidad totalmente obediente sería aquella en que nadie anhela hacer algo (McCabe, Herbert, God Matters, London, 1987.).


De esto se sigue que el primer lugar en donde practicamos la obediencia, en la tradición dominicana, es el capítulo conventual, donde podemos discutir con los demás. La función de la discusión en el capítulo es buscar la unidad de la mente y del corazón en la misma medida en que se busca el bien común. Discutimos, como buenos dominicos, pero no para ganar, sino con el deseo de aprender unos de otros. Lo que se busca no es la victoria de la mayoría sino, a ser posible, la unanimidad. Esta búsqueda de la unanimidad, aunque a veces sea inalcanzable, no pretende únicamente vivir en paz con los demás; es una forma de gobierno que nace de la convicción de que aquellos con los que no estamos de acuerdo tienen algo que decir, y que por lo mismo nosotros no podemos alcanzar la verdad solos. La verdad y la comunidad son inseparables. Como escribía Malachy O'Dwyer:
¿Por qué Domingo puso tanta confianza en sus compañeros? La respuesta es muy simple. El era un hombre de Dios, convencido de que la mano de Dios estaba sobre todo y sobre todos... Estaba convencido de que Dios le hablaba a través de otras voces y no sólo de la suya propia, por eso organizó su familia de tal manera que todos dentro de la familia pudieran ser oídos (O'Dwyer, Malachy, "Pursuing Comunión in Government: Role of the Community Chapter", Dominican Monastic Search, Vol. II, Fall/Winter, 1992, p. 41.).


Esto implica que el gobierno en nuestra tradición tome tiempo. La mayor parte de nosotros estamos ocupados y esto puede parecernos una pérdida de tiempo. ¿Por qué perder el tiempo discutiendo unos con otros cuando uno podría estar predicando o enseñando? Lo hacemos porque precisamente este compartir la vida y esta solidaridad vivida es la que nos hace predicadores. Podemos predicar de Cristo únicamente lo que hemos vivido, y el trabajo de buscar un sólo corazón y una sola mente nos entrena para poder hablar con conocimiento del Cristo en el que se halla toda la reconciliación.


La obediencia no es para nosotros huir de las responsabilidades, sino estructurar los diferentes modos en los que las compartimos. Con frecuencia el papel de un prior es difícil porque los hermanos piensan que, al elegirlo, él solo debe llevar la carga. Esto fomenta una pueril actitud hacia la autoridad. La obediencia exige que asumamos la responsabilidad que nos corresponde, de otra manera nunca podremos responder a los retos que encara la Orden. Como dije a los superiores de Europa en la reunión de Praga en 1993:
La responsabilidad es la habilidad para responder: ¿Seremos capaces? En mi experiencia como provincial pude observar el extraño caso de "la desaparición de la responsabilidad". Algo tan misterioso como una novela de Sherlock Holmes. El Capítulo provincial detecta un problema y comisiona al provincial para enfrentarlo y resolverlo. Es necesario tomar una decisión clara. El provincial pide al consejo de provincia que considere el asunto. El consejo forma una comisión que estudiará lo que debe hacer. La comisión estudia el asunto por dos o tres años definiendo exactamente el problema, y concluye que debe ser presentado al próximo Capítulo provincial, y así continúa el ciclo de la irresponsabilidad.

A veces, lo que paraliza a la Orden y nos impide atrevemos a hacer nuevas cosas es precisamente el temor de aceptar las responsabilidades y fracasar. Cada uno debe asumir la responsabilidad que le es propia, incluso si a veces es difícil y se corre el riesgo de equivocarse, de otra manera vamos a morirnos sin remedio.
Puede aceptarse que nuestro sistema de gobierno no es quizá el más eficiente. Un modelo más centralizado y autoritario nos permitiría responder más rápidamente a las crisis, tomando decisiones basadas en un amplio conocimiento de la Orden. Existe frecuentemente un impulso hacia la centralización de la autoridad, pero como decía Bede Jarret, O.P., hace años:

Para aquellos que viven bajo su sombra, la libertad de elegir su gobierno es algo tan bendito, que es necesario cuidarlo aun con el riesgo de la ineficiencia. Con todas sus limitaciones y debilidades inherentes, se compagina con la libertad de la razón humana y la fuerza de la humana voluntad mejor que la autocracia, aunque sea beneficiosa. La democracia podrá tener pobres resultados, pero forja hombres (Jarrett, Bede, OP, The Life of St. Dominic, London, 1924, p. 128.).

Es posible que a veces lleve a la ineficiencia pero forja predicadores. Nuestra forma de gobierno está profundamente ligada a nuestra vocación de predicadores, ya que sólo podremos hablar con autoridad de nuestra libertad en Cristo, si la vivimos entre nosotros. Nuestra tradición democrática y descentralizada nunca podrá ser una excusa para la inmovilidad o la irresponsabilidad. No debe ser una vía de escape para escondernos de los retos de nuestra misión.


Fray Timothy Radcliffe Ex-maestro de la Orden

Fragmento de la Carta«ENTREGADOS A LA MISIÓN


Les deseo que les guste

Con ternura.

Sor.CECILIA CODINA MASACHS O.P



4 comentarios:

  1. SOR CECILIA:

    Cada día una nueva enseñanza encuentro en este blog.

    Cuando termino de leerlo, quiero ser un poco mejor.

    Mil gracias por enseñar y compartir.

    Que Deu et beneixi, germana.

    Una abraçada, Montserrat

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  2. Sor Cecilia:
    Nunca se me hubiera ocurrido ver o entender la obediencia desde ese punto de vista. Su entrada de hoy da mucho que pensar sobre como entonces la obediencia tal y como se entiende normalmente puede quitar las ganas de querer hacer cosas y el porqué.Podriamos concluir entonces que la obediencia plena aliena a la persona.No me refiero solo a la vida religiosa en comunidad. Un abrazo

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  3. Está explicado con mucha claridad (como de costumbre lo hace Sor Ceci). Gracias por explicarnos.
    La quiero mucho
    Sil

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  4. ¡Es un gozo leer este texto! Todo lo que he leído del P. Radcliffe me gusta y me llega hondo!
    ¡Muchísimas gracias y buen día!

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